Soy mexicano y nací en 1968. Tengo una licenciatura en Ciencias de la Comunicación y vivo con mi familia en el estado de Jalisco, MX. Tengo 4 hijos (todos mayores de edad) y llevo 27 años de casado.
Desde niño fui precoz y me interesaron los grandes dilemas de la vida. Mi inquietud me llevó a convertirme tempranamente en un ávido lector y empezar a buscar sabiduría donde fuera. Tuve una buena infancia y padres amorosos que hicieron lo mejor que pudieron por mi desarrollo.
Antes de la adolescencia ya estaba interesado en religión, ciencia, mente humana, sexología, vida después de la muerte, culturas milenarias y vida extraterrestre, entre otros temas.
Siempre acogí con honestidad mis creencias, quise ser consistente con ellas y ayudar de forma activa a mi prójimo. Cerca de los doce años daba catecismo a niños pequeños, luego tuve la idea de entrar a una orden religiosa.
Un día, tuve una plática con un sacerdote (un buen sacerdote) y le planteé una situación que vivía un compañero del colegio, la cual, desde la perspectiva católica, era delicada y pecaminosa. Yo trataba de “ayudar” a este compañero y para ello necesitaba la intervención de este sacerdote. Fue grande mi impacto cuando él me dijo que no se podía hacer nada al respecto. Me sentí desconcertado y me empecé a alejar del catolicismo.
De allí en adelante me enrolé en la práctica de varias artes marciales; eso me llevó al vegetarianismo, al naturismo, y luego al esoterismo. Ingresé a un grupo que se autodenominaba como Gnóstico, una asociación fundada por un colombiano que se hacía llamar Samael Aun Weor. Aprendí muchas cosas y creí encontrar las respuestas que buscaba. Estuve casi tres años en esta agrupación, durante los cuales conviví con ellos profusamente. A los 17 años dejé el bachillerato y me fui de casa de mis padres para casarme, con la finalidad de empezar a practicar la más importante enseñanza del gosticismo según esta agrupación: la Alquimia o Magia Sexual en pareja, cuyo objetivo -se decía- era liberar la conciencia (por medio de la eliminación del ego) y así, trascender. Quise ser misionero gnóstico o, por decirlo de otra forma, sacerdote gnóstico.
Al cabo de un tiempo encontré en este grupo muchás inconsistencias entre el decir y el hacer, además de que sentía que las prácticas de la llamada Magia Sexual eran abrumadoras; entonces le propuse a mi eposa que buscáramos un nuevo rumbo. Lamentablemente, poco tiempo después, ella y yo nos divorciamos por diferencias sobre lo anterior. Continúe con mi vida y terminé el bachillerato.
En 1991, estando en la Universidad, me casé por segunda ocasión y posteriormente nacieron mis dos hijos mayores, a quienes amo profundamente. De aquí en adelante viví alejado de la espiritualidad y con una franca mentalidad existencialista. Enfrenté situaciones familiares y personales muy complejas, fui a terapia más de una vez, quise suicidarme varias veces, tuve cierto éxito profesional y reconocimiento en mi sector, terminé la universidad y empecé un negocio propio.
En 1996 mi esposa y yo nos separamos y al poco tiempo comencé a vivir en pareja por tercera vez (ahora sé que era muy clara mi incapacidad para tolerar la soledad). Tuvimos dos bellos hijos, y seguimos adelante pese a mis terribles defectos.
Es 1999: soy workaholic, infiel, egoísta, inseguro, lleno de resentimientos hacia la vida, sentimientos de culpa y mil cosas más. Pero también, en el fondo de mi corazón, creo que hay algo más allá. Es así como caigo, molido por la culpabilidad y buscando redención, a los pies de una nueva experiencia que me brindará consuelo por los próximos 3 años, más o menos: el cristianismo evangélico protestante.
Como cristiano evangélico también me involucré hasta el fondo: me congregué con Bautistas y Pentecostales, participé en alianzas de pastores, colaboré con organizaciones nacionales e internacionales, leí muchísimo -la Biblia, por ejemplo, completita, en dos ocasiones- y estudié igual. Es mucho lo que podría contarles, pero lo simplificaré en que en mi búsqueda por entender y comprender quién era y quiénes somos, tomé apasionadas decisiones, perdí las pocas posesiones materiales que tenía, me mudé a otro país para tratar de prepararme como Pastor evangélico, y terminé en una situación complicada de la cual salí, para volver a empezar, de regreso en México, en el año 2004.
Aprecio mucho las cosas que aprendí y viví de esta y todas las épocas de mi vida, y tengo un gran cariño y respeto por muchas personas que conocí en todas las etapas, incluyendo a mis cónyuges anteriores. No juzgo de “malas” o equivocadas ninguna de las tradiciones o creencias que experimenté, y creo que vivirlas fue algo que debía pasar en mi vida, para tener luego los elementos para analizar, evaluar y discernir.
Desde 2004 a 2020 viví más o menos la misma vida que describí antes: fui workaholic, infiel, egoísta, inseguro, lleno de culpabilidades, resentimientos y mil cosas más. Mi esposa, mis dos hijos pequeños y yo radicamos en tres estados de la República Mexicana: Aguascalientes, Durango y, desde 2015, nos mudamos a Jalisco luego de haber yo encontrado una gran oportunidad profesional en una empresa internacional.
En 2020 sucedieron muchas cosas. Primero, mi esposa y ello estuvimos al punto del divorcio, pocas semanas después me dieron de baja en mi empleo (a mí y a muchos compañeros más), y pocos días después fui objeto de un fraude bancario producto del cual perdí casi todo el dinero de mi compensación por despido. Justo estaba yo terminando mis sesiones de terapia con una excelente psicóloga cuando todo esto sucedió.
No hay espacio para contar detalles, así que simplificaré. Nunca en la vida me había sentido tan culpable y estúpido. Indirectamente yo participé del fraude, porque caí en la trampa de los defraudadores. Sin dinero para sostener a mi familia, sin trabajo, sin dignidad y sin orgullo, lo primero que pensé fue en matarme.
Fue entonces cuando algo diferente a cualquiera de mis experiencias anteriores sucedió en mí. En esta ocasión no me topé con ninguna filosofía ni fe; en cambio, supe que era dentro de mí donde encontraría respuestas. Solo necesitaba ayuda para encontrarlas.
La ayuda inicial la encontré en dos lugares. Uno, fue un programa de outplacement al que ingresé por haber sido dado de baja de la empresa. Aquí me inscribí en un taller denominado “Dueños de Nuestro Destino”. Las enseñanzas del instructor -David Gabriyel, que actualmente es un gran amigo- fueron valiosas y me ayudaron a tomar vuelo. La otra ayuda la encontré en el pequeño libro titulado “Cuando todo se derrumba”, escrito por la monja budista Pema Chödrön.
Después de esta crisis que viví en 2020, esto pasó:
A los 6 meses de haber perdido el empleo y todo mi dinero, recuperé ambos (incluso di un giro y aunque regresé a la misma empresa de donde había salido, me reinventé profesionalmente instrumentando un cambio de carrera).
Hoy, aunque es dificil entenderlo, agradezco estar al punto del divorcio, haber perdido mi empleo y haber sido defraudado, porque gracias a esto empecé a cambiar mi vida.
Hoy entiendo cómo operan varias leyes del universo, cómo trabaja la inteligencia universal, o si lo quieres ver así, cómo actúa Dios, siempre más allá de ideologías o credos.
De 2020 a la fecha mi vida ha sido muy satisfactoria. Tomé lo mejor de mis experiencias personales, y con ese espíritu de búsqueda y curiosidad que siempre tuve, aprendí y puse en práctica enseñanzas diversas que provienen de muchas fuentes distintas, pero a la vez coherentes entre sí.
Gracias a lo anterior, no soy el que creí ser, sino soy quien siempre estuve destinado a ser. Por fin descubrí que no se puede encontrar lo perdurable en el exterior sino se reconoce primero lo eterno dentro de uno mismo. Lo más importante es que aprendí a amarme a mí mismo, a agradecer todo lo que soy y lo que tengo, y a aceptar la vida y sus circunstancias.
Hoy mis relaciones son mejores, no sólo con las personas, sino con las cosas (por ejemplo, mi relación con el dinero es mejor cada día). Una de las cosas que más me alientan en que por primera vez soy fiel como esposo de una forma consciente y feliz. Además, no siento resentimiento contra nadie en el mundo, no tengo heridas del pasado, nadie me debe disculpas o perdón, y agradezco a todos los que me amaron y me sostuvieron en el camino así como a los que no lo hicieron. Sin ellos, no estaría aquí.
No soy perfecto (¿qué humano común lo es realmente?), pero he dejado atrás la ira sistemática, la insatisfacción cotidiana y la melancolía habitual. Sin duda puedo decir que soy libre, feliz y no tengo culpas conscientes o a flor de piel.
Otro resultado maravilloso de esta experiencia es que descubrí mi propósito, o podría decir que simplemente reconecté con él. Por eso inicié el proyecto Mentes Valientes, con la intención de compartir con otros mi experiencia, ayudarlos a vivir mejor sus vidas e impulsarme yo para vivir mejor la mía.
¡Gracias por leer mi historia. Espero hayamos conectado, y espero me acompañes en este recorrido para Mentes Valientes!